Los reyes abandonados
María Tello
Escritora y ex presidenta de La Camada
El ruido es ensordecedor, la gente a mi alrededor parece haber entrado en estado de ansiedad, como si el mundo fuera a acabarse. Hay que escoger un regalo, llegan fechas en las que no hacerlo puede ser el mayor pecado que se haya cometido. Y no es tiempo de pecar.
Elegir uno es renunciar a muchas otras posibilidades. Una decisión importante en la que se trata de obsequiar con responsabilidad, sin consumismo, sin abandonar la objetividad que genera el ansia de no encontrar lo deseado antes de que llegue un 24 de diciembre o un 6 de enero que presionan hasta aquel que no es dado a celebraciones.
Son momentos de dar y compartir, de reflexionar, de enseñar a los más pequeños los valores que son esenciales en la vida. Porque regalar un bolso o un peluche no tiene mayores consecuencias; el acertar o no con un objeto inanimado se puede solucionar con un ticket regalo que es uno de esos inventos que te dejan sin respiración. El problema surge cuando el obsequio es un ser sintiente. Sí, aquel animal que el Código Civil en enero del año que estamos finalizando ha designado como el estado de los animales. Como si antes de establecer este estatus por escrito estos mismos seres fueran objetos y no “seres vivos dotados de sensibilidad”.
Regalar un ser vivo debe ser rechazado de antemano, por ética. Sin embargo, aún en el siglo en el que nos encontramos, es una opción que se baraja con demasiada facilidad. Desde estas líneas quiero invitar a la reflexión a aquellas personas que se están planteando comprar un animal para regalar en momentos tan señalados. A aquellos que quieren adoptar, dejo esa responsabilidad en manos de los centros de recuperación de animales abandonados ya que están preparados para concienciar y dirigir por el camino adecuado.
En el año 2021 se han abandonado 167.656 perros y 117.898 gatos, según la Fundación Affinity. Si bien estas cifras se basan en perros y gatos exclusivamente, no se puede obviar que el resto de las especies sufren también abandono. Comencemos por reflexionar pensando en estos números que provocan vergüenza y en los corazones que se encuentran detrás de cada uno de ellos.
Incorporar un animal a la familia es un compromiso de por vida, una vida media que se establece en 12 años para los perros y en 15 para los gatos, por lo que ante esta tesitura la familia que lo va a recibir debe conocerlo de antemano y estar de acuerdo en asumir una responsabilidad tan importante. Debe ser una decisión que se tome en consenso familiar y no con la ilusión del momento, porque si la decisión es unilateral el fracaso está anticipado y ese animal tiene muchas posibilidades de convertirse en víctima de un capricho impulsivo, de un error que va a pagar en sus propias carnes incrementando las cifras de abandono. Esa será la aportación, un acto cruel para el animal.
Continuando con la reflexión, invito a visitar los refugios donde se encuentran centenares de abandonados víctimas de decisiones erróneas, de navidades caprichosas y de falta de conciencia. En esa visita podrán encontrar distintas opciones para disfrutar de la compañía de un animal sin comprarlo o adoptarlo apresuradamente, como el apadrinamiento o el voluntariado.
Aquí sentada redacto mi carta a los Reyes Magos sin dejar de imaginar cómo cada siete de enero una gran mayoría de los gatos, perros, cobayas, tortugas y un largo etcétera regalados, van a vivir la crueldad y el sufrimiento del abandono. Por eso les pido a sus majestades que entreguen a los más de ocho mil millones de personas que habitan el mundo la capacidad de tratar a los animales con respeto, y a ellos la de no mirar hacia otro lado ante la solicitud de regalos irresponsables. Y, como última petición, me dirijo a las personas que en su escaño tienen el poder de cambiar la vida de todos los seres sintientes que integran la futura ley de protección animal, les ruego que no excluyan, que reconsideren sus enmiendas y que cumplan su compromiso con la ciudadanía. Sueño con ello.