Si tú te vas
María Tello
Escritora y ex presidenta de La Camada
Encuentro una preocupación frecuente entre aquellas personas que convivimos con nuestros animales de compañía, el miedo a que nos sobrevivan. El pensar que en el momento de faltar van a quedar desamparados genera una inquietud manifiesta que provoca la búsqueda de soluciones. Preocupación que, en demasiadas ocasiones, no se extiende a las parejas, padres o hijos encargados de nuestros temas mundanos, desentendiéndose de los seres que amamos.
La memoria me lleva a años atrás en los que abandonar a un anciano en una gasolinera provocaba el escándalo en la sociedad. Sin embargo, las noticias eran recurrentes a este respecto, como si la época estival autorizara a deshacerse de aquellos que no encajaban en las esperadas vacaciones. Como si su cuidado no fuera de la mano del resort de turno en la happy hour o en el apartamento alquilado sin una habitación donde ubicar al ser que se había convertido en un estorbo. ¡Cuántos recuerdos! Espeluznantes, por cierto. Se les trataba, como ahora diríamos, como si fueran un perro. Curiosa analogía.
Sin embargo, una vez embarcada en el mundo de la protección animal, determinadas actitudes fueron tomando forma nuevamente por lo habitual en la frecuencia de abandonar animales de familiares fallecidos como si no tuvieran ningún valor, como si la desaparición de uno conllevara la del otro. La excusa general era la típica de “no puedo hacerme cargo del animal”, con un deje de justificación absoluta, de cuestión innegociable. Resulta irónico que a las personas que reciben continuamente animales abandonados en refugios se les trate de convencer con argumentos inaceptables ante la ejecución de un hecho vergonzante.
Para desgracia de los seres vivos que se abandonan no existe una época preponderante en el acto. El abandono es lineal a lo largo del año. Y no es que unos abandonos sean más sangrantes que otros, lo que ocurre es que el recibir animales de personas fallecidas de manos de familiares de la persona que se había ocupado de ese ser vivo tratándolo como a un integrante más de su familia, resulta profundamente doloroso. Por este motivo, por la necesidad que surge en la sociedad actual en la que los animales de compañía se han convertido en relevantes, comienzan a surgir alternativas para solventar estas situaciones no deseadas.
Contacto con Fran Díaz, responsable de Fundación Animal Rescue en España. Le pregunto por un proyecto que ha llegado a mis oídos en el que tratan de solucionar el abandono que prevemos va a sufrir nuestro o nuestros seres queridos si nuestra muerte llega antes que la de ellos. Me comenta que es muy significativo el número de llamadas que se producen para informarse sobre cómo dejar un testamento solidario con los animales que se tiene a cargo, con la conciencia de que ante su fallecimiento la familia les va a desatender. Es un acto de compromiso y responsabilidad con los animales, que se gestiona de manera sencilla en una notaría y que es muy importante tener realizado una vez llega el momento. Un testamento que no entraña ninguna aportación económica, pero sí la puesta en conocimiento de los animales que se quedarían a cargo de la fundación, información sobre su carácter, sus dolencias o enfermedades, del número de chip identificativo y que va acompañado de su pasaporte o de cualquier otro dato relevante para su posterior cuidado. También se solicita que la fundación sea avisada previamente si fuera posible, o posteriormente por los familiares para facilitarles la recogida del animal o animales donados. En ese momento se derivan a casas de acogida donde voluntarios asignados a este proyecto les cuidan hasta encontrar un nuevo hogar. Un duelo que estos seres vivos pueden superar con cariño y no entre las cuatro frías paredes de un chenil en un centro de acogida, en el mejor de los casos.
No puedo evitar pensar en la indignación que producen noticias en las que una persona, en su testamento, deja su patrimonio a asociaciones protectoras de animales o de otra índole social no lucrativas. Siempre he pensado el por qué de ese acto, y siempre, mi mente ha visualizado una gasolinera.